Marta, la artesana copiapina «sin manos» le dobló la mano al destino

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La frase «Dios les da las peores batallas a sus mejores guerreras» bien puede estar relacionada con la vida de Marta Villagrán (38), mujer que hace ocho años sufrió el peor episodio de su vida, pero que a pesar de las dificultades, sus ganas de superarse no se han desvanecido nunca.

Porque para ella, «hoy es un tema superado, siempre, puesto que no sacaba nada con seguir bajoneada pensando en lo que me había pasado, si tengo hijos por los cuales debo luchar.

Gracias a Dios no me causó una depresión ni nada por el estilo», dice Marta, tajante, sentada en el suelo, entre las calles Cordovez y Balmaceda, donde trabaja armando flores de goma Eva, sólo ayudada de una prótesis, las que regala a los transeúntes, además de una sonrisa y «un gracias, mi niña», cuando se acercan para entregarle un aporte voluntario.

Una tarde que no olvida

En Tierra Amarilla, en Copiapó, la tarde del 9 de febrero del 2011, una explosión al interior de una vivienda destapó un brutal caso de violencia en contra de una mujer.

Aquel día, el que Marta recuerda bien, Raúl Labarca, su pareja de 41 años, estaba pasando por una fuerte depresión tras una separación, que lo llevó a buscar en el suicidio una vía alternativa de escape. Sin embargo, decidió no morir sólo. Por eso acudió a la casa donde se juntó con Marta para entregarle el dinero de la pensión y una vez al interior del domicilio, tras intercambiar unas palabras que terminaron en discusión, la abrazó y detonó los cartuchos de dinamita que se había amarrado bajo la polera. La pared de la cocina se destruyó por completo y el techo quedó con un inmenso forado. Raúl Labarca murió instantáneamente y Marta quedó herida de gravedad, siendo trasladada al Hospital Regional de Copiapó. El daño fue tan devastador que tuvieron que amputarle ambos brazos.

«Yo no me di cuenta, pero me abrazó y volamos los dos. Eso fue hace ocho años allá en Tierra Amarilla. Estuve muy mal, casi me muero y hospitalizada más de un mes. Gracias a dios mis hijos estaban en Coquimbo con mi madre», cuenta Marta, que cada vez que viene a al puerto a ver a sus hijos y a La Serena, aprovecha de mostrar su arte, el que le sirve para salir adelante y ayudar a sus seis hijos, principalmente a los más chicos, que aún están en la escuela», indica esta mujer, mientras hace una mueca de dolor debido, causado por las prótesis ya vencidas. Piden un cambio a gritos.

Pero ella, pese a que en pocos minutos se acomoda una y otra vez las prótesis, continúa con su labor, acompañada de su pareja, mientras la gente que a esa hora camina por el centro de La Serena se acerca y la felicita.

«Yo no vendo las hojas, sino que se las entrego en señal de agradecimiento a las personas que nos colaboran con alguna moneda, no importando el valor», dice esta mujer que con tenacidad, sacrificio y fortaleza, ha podido transformar su vida teñida de dolor, en un presente mejor.

Gran parte del año vive y lo trabaja en Ovalle, comuna en la que vive junto a su actual pareja, Fernando, con quien lleva cuatro años.

Acá en La Serena me va mejor porque la ciudad es más grande y cada vez que tengo que venir a ver a mis hijos y hacer un trámite, aprovecho de trabajar un rato para juntar plata», señala Marta, que pese a todo exhibe un rostro jovial.

«Estas prótesis las tengo hace cinco años y hay que cambiarlas cada dos años, pero por temas económicos no he podido. Y por eso estoy acá, pues ando cotizando las prótesis, así que tengo que ir a Coquimbo y hablar con la fisiatra para que se haga la orden y sea todo bien transparente». Y agrega que «este martes tuve la reunión, cerca de las 13 horas, con el alcalde Rentería, ya que estas prótesis están viejas y les saco el jugo con las flores (ríe). Pero ya me están haciendo más daño que un favor. Estas se cambian cada dos años…

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