
Luego de enfrentar una larga lista de enfermedades, cirugías e intubaciones, Camila Olivares vive hoy una nueva angustia. Su hija comenzó a presentar síntomas graves y aún no dan con un diagnóstico. Ambas necesitan apoyo para costear estudios médicos y tratamientos que no tienen cobertura.
Valentina Echeverría O.
Camila Olivares tiene 39 años y una vida marcada por una serie de enfermedades que no le han permitido tener una vida normal. Con solo 15 años recibió el diagnóstico de lupus eritematoso sistémico, una patología autoinmune que, en su caso, ha comprometido varios órganos y derivado en complicaciones severas.
Con el tiempo sumó artritis, hipertensión pulmonar, síndrome de pulmón pequeño y un daño cardíaco que la obligó a someterse a una cirugía a corazón abierto. También ha vivido trombosis, herpes zóster, una anemia severa y crisis inflamatorias que la han llevado seis veces a riesgo vital.
A los 30 años fue desahuciada. Durante tres años estuvo con licencia por enfermedad, y finalmente debió pensionarse por invalidez. Sin embargo, sobrevivió gracias a una combinación de tratamientos, fe absoluta y el apoyo de su familia. «Varias veces me despedí por videollamada porque no sabíamos si iba a despertar», recordó. Hubo episodios tan críticos que pasó meses hospitalizada en Santiago, lejos de su hija, sin más compañía que un suero a su lado y el equipo de doctores.
Cuando las crisis se estabilizaron, Camila intentó volver a una vida relativamente normal. Pero al final de la pandemia sufrió un nuevo golpe gracias a un cuadro post-Covid mal diagnosticado que la llevó nuevamente a una descompensación grave, con su intestino sangrando internamente y su corazón fallando.
Estuvo tres meses en UCI y debió ser intubada, a pesar del altísimo riesgo por sus enfermedades preexistentes que hacían que tuviera un 5% de probabilidades de sobrevivir si se sometía a una operación. Esa época dejó una deuda de 15 millones de pesos que la familia costeó con rifas, bingos y ayuda de cercanos, montos que aún no deja de pagar por los múltiples gastos médicos que se presentan día a día.
Pese a todo, Camila siguió luchando. Pero nuevas complicaciones se sumaron con un púrpura trombocitopénico que la dejó sin plaquetas, la obligó a transfusiones dolorosas y terminó generándole necrosis en ambas caderas, lo que hoy la obliga a usar muletas y vivir con dolor permanente. Solo ha podido operarse la cadera derecha; la izquierda está pendiente por falta de recursos. «Tomo más de veinte medicamentos diarios. Cuando estoy en crisis son aún más», describe.
Pero su mayor preocupación hoy es su hija Martina, de 18 años, quien hace poco más de un mes, comenzó con sueño extremo, dolores articulares, fatiga y marcadores autoinmunes alterados. «Yo que sé bien cómo es esto, fui altiro a ver si tenía alguna enfermedad autoinmune».
Los exámenes más específicos —incluidos algunos enviados a Santiago— confirmaron anticuerpos positivos, pero aún no existe un diagnóstico definitivo. La situación se complicó cuando una posible reacción a un antidepresivo o a hidroxicloroquina terminó en una alergia severa, que no cedió con corticoides y la dejó hospitalizada. La intención inicial era trasladarla a Santiago, pero Camila —que aún arrastra deudas por su cirugía y tratamientos anteriores— no pudo firmar el pagaré para el traslado en ambulancia.
Sin alternativa, debieron estabilizarla en La Serena y viajar por sus propios medios, costeando consultas privadas con reumatólogos, inmunólogos y especialistas capaces de abordar casos autoinmunes complejos. Los exámenes que necesita Martina son de alto costo y varios no tienen cobertura, por tratarse de estudios poco comunes o altamente especializados para detectar enfermedades raras. «Ya no nos queda a quién pedirle. Mi mamá y mi hermano lo dieron todo cuando yo estuve al borde de la muerte tantas veces», reconoció Camila.






























