La falta de agua ya no es una emergencia puntual. Con seis años de escasez extrema, expertos advierten que la desertificación avanza y que el cambio climático llegó para quedarse. La agricultura, la ganadería y hasta el pisco podrían ser sus primeras víctimas.

Por Joaquín López Barraza

Durante 2024, los niveles de agua embalsada en la región de Coquimbo estuvieron al borde del colapso: apenas un 9/ % de capacidad en estructuras clave como Elqui y Limarí, y solo un 5/ % en Cogotí. Hacia noviembre, la situación mostró una leve mejora: Elqui alcanzó el 17/ %, Limarí un 14/ % y Choapa logró mantener casi la totalidad de su reserva.

Sin embargo, a mayo de 2025, la región promedia solo un 16/ % de capacidad embalsada. Los ríos Elqui (52/ %), Limarí (82/ %) y Choapa (75/ %) mantienen flujos por debajo del promedio histórico, en lo que ya es el sexto año consecutivo de escasez extrema.

La advertencia no viene de un activista ni de un político. El Dr. José Rutllant, investigador del CEAZA, lo dice sin rodeos: «Más que una sequía, esto es una expresión local del cambio climático. Hay una disminución sostenida de las precipitaciones y un aumento de temperaturas que agrava la evaporación del agua disponible».

El problema es doble. Por un lado, llueve menos; por otro, el calor hace que lo poco que cae se evapore rápido. «Ambos fenómenos se refuerzan entre sí», dice Rutllant. Según sus estudios, en la región las lluvias bajan unos 40 milímetros por década y la temperatura sube un grado cada diez años.

Menos agua, menos producción, más abandono

El impacto ya se ve en los campos. Los agricultores han tenido que cambiar cultivos, priorizar por turnos o simplemente dejar de sembrar. «Va a haber zonas en que disminuirá tanto la oferta hídrica que la gente tendrá que dejar el lugar donde vive», advierte Carlos Olavarría, director ejecutivo del CEAZA. «El ganado caprino, por ejemplo, no va a poder sostenerse sin agua».

El fenómeno tiene nombre: migración climática. No se trata de gente que emigra por pobreza, sino porque su tierra ya no resiste. El CEAZA estima que este tipo de desplazamientos internos podrían volverse cada vez más frecuentes en zonas rurales del Elqui, Limarí y Choapa.

El término correcto es desertificación

Para Cristian Orrego, coordinador del área meteorológica del CEAZA, es hora de cambiar el lenguaje: «El concepto de sequía ya no abarca la magnitud ni la duración de lo que ocurre en la región de Coquimbo. Hay que hablar derechamente de desertificación».
Esto no significa solo paisajes más áridos. También implica pérdida de suelos, menos agua para consumo humano, baja en la productividad agrícola y, eventualmente, salida de familias que por generaciones vivieron del campo.

¿Y el invierno? También viene seco

El boletín climático del CEAZA para el trimestre junio-julio-agosto no es alentador. «La mayor parte de la precipitación anual suele caer en este periodo, pero los modelos globales apuntan a que estará por debajo del rango normal», señala el informe.

Es decir, otra temporada que no alcanza a recargar embalses, napas subterráneas ni a devolver la tranquilidad al mundo agrícola.

Choapa: el agua no alcanza ni para un cuarto de los usuarios

La situación en el valle del Choapa refleja con crudeza el impacto de la escasez. Según datos entregados por la Junta de Vigilancia del Río Choapa, el caudal actual del río —principal fuente de abastecimiento— promedia apenas 2.400 litros por segundo. Esto solo permite cubrir el 20/ % de los derechos de agua otorgados en la cuenca.

«Nos encontramos con un Decreto de Escasez vigente ad portas del vencimiento», advirtieron desde la organización, que coordina el uso del agua entre 92 comunidades de aguas y seis usuarios individuales. En total, la demanda sobrepasa los 18.600 litros por segundo.

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