
La jueza de La Serena reflexiona sobre su vocación, su experiencia como mujer en un espacio históricamente masculino y los desafíos de acercar la justicia a la ciudadanía.
Desde su actual rol como presidenta de la Corte de Apelaciones de La Serena, la jueza Marcela Sandoval ha llevado diversas iniciativas para acercar la justicia a la comunidad. Actividades como el «bus de la justicia», visitas a zonas alejadas, charlas y seminarios han marcado su gestión, con el objetivo de que la ciudadanía acceda de manera más directa y clara al sistema judicial.
«El acceso a la justicia no solo se trata de que un caso sea resuelto, sino de que las personas puedan acercarse a un tribunal, hacer una consulta y obtener una respuesta», señaló la magistrada, quien también ha destacado la necesidad de modernizar y humanizar la justicia en todos sus niveles.
Sandoval ingresó al Poder Judicial motivada por su interés en la reparación de las injusticias sociales, una inquietud que nació durante su adolescencia, en los últimos años de la dictadura. Si bien comenzó sus estudios en Derecho con la idea de dedicarse a la litigación o la asesoría jurídica, su perspectiva cambió al conocer de cerca el trabajo de una jueza del crimen. «Desde ahí surgió mi vocación».
Una figura clave en su formación fue el ministro de la Corte Suprema, Adolfo Bañados Cuadra, a quien conoció en la Academia Judicial, su ejemplo puso en la abogada una idea firme sobre lo que significa ser un buen juez, lo que implica ser prudente, íntegro, cercano y justo.
Recuerda sus primeros años en el Poder Judicial con una mezcla de orgullo por ejercer una labor que encarnaba su vocación de servicio público y preocupación por la responsabilidad de resolver conflictos humanos con consecuencias reales, afirmando que «siempre tuve la convicción de dar a cada cual lo que le corresponde».
Hoy, como Presidenta de la Corte de Apelaciones, asume con claridad el significado que tiene ser mujer en ese cargo, en una institución donde la paridad aún está lejos de alcanzarse, ante lo cual expresó: «Que una mujer ejerza la presidencia visibiliza la brecha de género que existe en el tribunal».
Marcela reconoce que desconectarse de la labor no es una tarea fácil y admite que «es una función que se ejerce 24 horas, los 7 días de la semana», aun así, en su tiempo libre encuentra alivio en la jardinería, su huerta y la cocina, actividades que le permiten reconectar con lo cotidiano.
Más allá del ámbito judicial, hay un tema que le preocupa profundamente, que es la violencia contra la mujer, la que «es una causa que necesita ser abordada con urgencia y transversalmente», señala.
El entorno familiar, destacó que ha sido clave en su camino. De sus padres heredó la perseverancia y la responsabilidad. De su familia actual, su esposo e hijas, recibe el apoyo para enfrentar una labor que muchas veces exige poner lo personal en pausa.
Al pensar en su legado, no busca reconocimientos personales, solo espera que al final de su presidencia se diga que cumplió su labor de la mejor forma posible, sin dejar a nadie atrás y aunque ha logrado mucho, mantiene una meta pendiente, que es «ser doctora en Derecho, sin ninguna duda. Me gusta estudiar y perfeccionarme».