
Pese a tener proyectos comprometidos desde hace años, más de 90 familias viven sin agua en una de las zonas rurales más postergadas de La Serena. Una dirigenta acusa que el municipio es la principal traba para avanzar y que la situación ya se volvió insostenible.
Ana María Arancibia ya no tiene lágrimas. «Me queda reírme nomás, porque si no, me vuelvo loca», dice con una risa amarga. Hace años que su comunidad —la Quebrada de Monardez, en la zona rural de La Serena— sobrevive sin acceso a agua potable. Día a día, sus vecinos cargan bidones, cocinan con agua de regadío potabilizada artesanalmente y se las arreglan como pueden para mantener condiciones mínimas de higiene. En pleno 2025, el agua sigue siendo un privilegio que no llega.
Su comunidad —ubicada entre Bellavista y Algarrobito, a menos de 15 minutos del centro de La Serena— lleva más de tres décadas esperando una solución estructural. Hoy viven un nuevo punto crítico. El canal que históricamente abasteció a las familias sufrió severos daños con las últimas lluvias, y la Municipalidad de La Serena, que según la normativa es la institución encargada de levantar el diseño para conectarlos a la red de agua potable, no ha logrado avanzar con el proyecto.
«Esta es tierra de nuestros padres, con acciones de agua de regadío inscritas. Pero eso no alcanza. El canal no está operativo, el agua llega con barro y hay días en que no tenemos ni para el baño. Estamos abandonados», denuncia Arancibia, presidenta de la junta de vecinos de Las Lomas de Monardez.
«El problema es el municipio»
Aunque reconoce que la falta de agua es un problema arrastrado por décadas y por varias administraciones, la dirigenta acusa que la actual gestión no ha tenido la capacidad técnica ni la voluntad política para resolverlo. «La piedra de tope siempre ha sido la municipalidad», repite. «No tienen personal idóneo, no hacen seguimiento, se olvidan de las reuniones. Nos prometen cosas, pero en la práctica no hacen nada».
El caso más reciente ocurrió el 3 de julio, cuando Arancibia y su directiva acudieron a una reunión agendada con la Secretaría Comunal de Planificación (Secplan). Nadie los recibió. «Figurábamos ahí esperando y después nos dicen que se les olvidó. Esa es la importancia que le dan a una comunidad completa que vive sin agua», afirma.
Desde 2013 están organizados formalmente como agrupación. Ese año se empezó a empujar una posible conexión al APR Bellavista. Pero esa opción fue descartada porque, según Aguas del Valle, la red no tenía capacidad de almacenamiento. En los últimos años se propuso un nuevo trazado para traer el agua desde Algarrobito. La factibilidad técnica está aprobada. Falta que el municipio diseñe y postule el proyecto.
«¿Sabes qué hicieron? En marzo nos mostraron un plano levantado desde Google Earth. Donde había una quebrada de 40 metros, ellos pusieron un tubo. Así están trabajando», cuenta con indignación.
La urgencia no da espera
En Quebrada de Monardez viven más de 90 familias. Muchos son adultos mayores, personas con enfermedades crónicas o terminales. Todos enfrentan el alto costo de comprar agua a proveedores particulares. «Cada viernes son 40 mil pesos. Y si no tienes, te quedas sin nada. La luz también es un problema porque la bomba funciona con electricidad. ¿Qué más tiene que pasar?», se pregunta Arancibia.
Hace una semana falleció otra vecina. «Se fue sin cumplir su sueño de abrir una llave y tener agua. ¿Te imaginas eso? Hay gente que me ha dicho que prefiere morirse. Que ya no quiere vivir así».
«Que el MOP tome el control»
Pese al escenario, Ana María no pierde la esperanza. Dice que solo quiere una solución digna, aunque no sea la más elegante. «No estamos pidiendo alcantarillado ni caminos pavimentados. Solo agua potable. Aunque sea con una manguera, pero agua», suplica.
A estas alturas, plantea una salida concreta: que el Ministerio de Obras Públicas se haga cargo del diseño. «El municipio no da el ancho. Lo han demostrado una y otra vez. Que den un paso al costado y dejen que otros con más capacidad técnica hagan la pega. No podemos seguir esperando tres años más», afirma.
Mientras tanto, la comunidad sobrevive como puede. El agua del canal huele mal, está llena de sedimentos y no alcanza. Las soluciones «parche» —como los estanques entregados a nueve familias— no sirven si no hay con qué llenarlos. Y las promesas no alcanzan para aplacar la rabia ni la impotencia.
«Solo pido que alguien escuche. Que alguien entienda que vivir sin agua en pleno 2025 no puede seguir siendo normal», concluye Arancibia. Asegura que su comunidad seguirá insistiendo hasta que el proyecto avance y deje de ser, como hasta ahora, una promesa pendiente.