
A sus 86 años vive en una cabaña de Pan de Azúcar, Coquimbo, dependiendo de una silla eléctrica tras perder ambas piernas por diabetes. Llegó a la región en 2019 aconsejado por su hija, convencido de que estaría mejor cuidado. Hoy denuncia que parte de su patrimonio —valorado en cientos de millones— habría quedado en manos de familiares, mientras su salud y su entorno se deterioran en soledad.
Por Joaquín López Barraza
Misael Contreras recuerda su vida entre motores, rutas y planillas de carga. Durante décadas dirigió una empresa con setenta camiones y una veintena de automóviles, fruto de un trabajo que comenzó cuando apenas tenía nueve años. «Toda la vida en el transporte», repite.
Tras la muerte de su esposa en Antofagasta, su hija Roxana lo convenció de trasladarse a Coquimbo. «Me pidió que me viniera al lado de ella, que aquí me iban a cuidar», recuerda. Dudó, pero consultó con su hijo, quien le respondió: «Papá, usted es quien toma las decisiones».
Mudarse implicaba venderlo todo: camiones, autos y herramientas acumuladas en décadas de trabajo. Aun con dudas, lo hizo. Según cuenta, reunió cerca de 700 millones de pesos, fruto de las ventas apresuradas, y los depositó en el BancoEstado antes de viajar a Coquimbo. Con ese dinero planeaba iniciar una nueva vida cerca de su hija y nietos.
Ya instalado en la región, Misael buscó una parcela en Pan de Azúcar, donde pensaba sembrar «para que el día a día no se lo coma a uno», según recuerda. El trato fue gestionado por su nieta, a quien había entregado un poder notarial para simplificar los trámites. Sin embargo, con el tiempo descubrió que la propiedad había quedado inscrita a nombre de ella.
Poco después decidió comprar tres camiones nuevos —un Mercedes, un Freightliner y otro Mercedes Columbia— para que sus nietos los trabajaran en faenas de transporte de agua. Pasaron los meses, pero ninguno de los conductores le rindió utilidades.
«Les pregunté dónde estaban las ganancias, y me dijeron que los camiones no estaban dando. Entonces fui al banco y ahí me contaron que mi nieta retiraba 20, 30 hasta 40 millones en un día», contó.
Contreras llevó el caso a tribunales. Dice que al inicio el fallo fue favorable, pero que prefirió un acuerdo extrajudicial cuando su familia le pidió perdón y prometió devolverle lo perdido. Asegura que nada de eso se cumplió, que firmaron compromisos de restitución y que volvió a buscar representación legal, aunque los costos son una traba.
«El abogado que llevó el caso al principio me dijo que podía recibirme para revisar los antecedentes, pero no hay nada seguro. Llevo años en esto y he gastado más de 40 millones en abogados», cuenta.
El abandono
La situación de Misael llegó a Diario La Región a través de Paulina Castro, su arrendataria y trabajadora social. Ella arrienda una cabaña dentro del terreno desde julio de este año y, al poco tiempo, se dio cuenta de que el hombre que la habitaba vivía casi sin apoyo.
«Comía tres veces al día, pese a ser diabético. No tenía controles médicos desde 2019. Vivía solo, con tres perros que alimentaba con pan y sobras. Cuando entramos a limpiar, encontramos plaga de ratones», relata.
Asegura que ha intentado canalizar ayuda institucional, pero se ha enfrentado a respuestas lentas. «Hay un abandono social y estatal. Es un caso que se conoce en la villa, pero nadie se había hecho cargo», dice.
«Cuando lo conocí, le pregunté qué hacía tomando tanto sol y me respondió: ‘Estoy esperando a morirme.’ Hoy, Misael depende de una silla eléctrica y del apoyo de Paulina y su esposo. ‘Yo no podía quedarme mirando mientras él pasaba hambre o vivía entre ratones. Nadie hacía nada, así que decidí ayudarlo,’ cuenta.»