
El seremi de Agricultura, Christian Álvarez, adelanta que las plantas desalinizadoras, el reuso de aguas grises y la reconversión productiva marcarán el futuro hídrico de la región. «Si no avanzamos ya, La Serena y Coquimbo podrían entrar en racionamiento en tres años», advierte.
Por Joaquín López Barraza
Ni la lluvia salvará la región. Así lo asume el Gobierno, que frente a una desertificación ya instalada en Coquimbo, comienza a mover piezas estratégicas más allá del riego y la eficiencia hídrica. Desalinización, estudios para reusar aguas grises, cambios en los cultivos y una eventual reconfiguración del modelo agrícola forman parte de la nueva hoja de ruta. Para el seremi Christian Álvarez, se trata de un cambio estructural sin vuelta atrás: «La decisión ya está tomada».
La región de Coquimbo está al borde del estrés hídrico total. Con embalses bajo el 20/ % y una agricultura que apenas sobrevive, el Ejecutivo ha resuelto que el agua ya no se puede buscar solo bajo tierra o en las nubes. La solución —reconocen— está en el mar.
«Nosotros creemos que la desalinización es fundamental. La supervivencia de esta región desde el punto de vista productivo, cultural y turístico no resiste sin plantas desalinizadoras», afirma Álvarez. El seremi no lo plantea como una alternativa, sino como una urgencia.
Actualmente, el diseño de la planta desaladora para La Serena-Coquimbo está en plena licitación, con consorcios internacionales y nacionales interesados. Se trata de una obra de gran envergadura, que podría asegurar hasta 1.200 litros por segundo para el consumo humano. Según Álvarez, eso permitiría liberar agua dulce para la agricultura, evitando una competencia que ya se volvió crítica. «Estamos cerca del punto en que 600 mil personas podrían entrar en un proceso de racionamiento de agua. No es una exageración», sostiene.
El caso no es aislado. También se evalúan dos plantas adicionales: una en el Limarí, de menor escala (600 l/s), y otra en Quilimarí-Chungungo, para resolver el histórico problema de salinización en esa zona. Todas estas iniciativas, aclara el seremi, han sido discutidas en mesas hídricas con participación transversal: «Este camino lo tomamos con los agricultores, con los APR, con ambientalistas, con parlamentarios de todos los sectores. No es una decisión entre cuatro paredes».
Pero la apuesta no termina ahí. El Ministerio de Agricultura impulsa además un giro conceptual: el reuso de aguas grises. A través de una nueva licitación, se busca levantar estudios técnicos que permitan implementar esta práctica en la pequeña agricultura. «No hay legislación todavía, pero queremos partir. Son aguas que vienen de lavamanos, lavaplatos, duchas, y pueden servir en riego si se tratan bien», explica.
También se habla de reconversión. No como discurso, sino como política pública. «Ya no se puede seguir subsidiando la emergencia. Hay que generar condiciones estructurales. El proyecto que estamos desarrollando en Choapa apunta a eso: identificar qué cultivos son sostenibles y cuáles no. Y cuando se identifique eso, tiene que haber apoyo para cambiar», dice Álvarez, recordando que en el pasado el «Plan Choapa» logró una transición desde la chacarería a cultivos como nogales y uva pisquera.
A diferencia del enfoque clásico centrado en la emergencia anual, lo que plantea el Ministerio es una transformación profunda del modelo hídrico regional.