
Llegó a los 14 años como ayudante, cuando el establecimiento era solo un patio, bien humilde y rural, en Las Compañías. «Enseñaba yo a leer a alumnos que tenían desde cinco a diez años y a muchachones analfabetos que me sobre pasaban en edad», dijo una vez la poeta.
Por René Martínez Rojas
Nadie diría que ella, premio Nobel años después, partió desde muy abajo. Porque con 14 años, siendo aún menor, salió de Monte Grande, donde vivía con su hermana y madre, para conseguir el sustento.
Así llegó a La Serena, a Las Compañías, donde encontró trabajo como ayudante de maestra «en una escuela rural, que con suerte era solo un patio», cuenta Rodrigo Marcones, investigador mistraliano.
Y lo dice ella en 1903: «Empecé a trabajar en una escuela de la aldea llamada Compañía Baja a los catorce años, como hija de gente pobre y con padre ausente y un poco desasido. Enseñaba yo a leer a alumnos que tenían desde cinco a diez años y a muchachones analfabetos que me sobre pasaban en edad».
Esa escuelita es hoy la escuela Darío Salas (fundada en 1890), edificio que se resiste a caer en calle Juan José Latorre y que fue testigo de los primeros años de Gabriela Mistral como profesora.
«Llegó como ayudante y venía con su madre, doña Petronila, y ahí se inicia como hija de familia pobre y parte su carrera en este camino maravilloso de la enseñanza que la transforma más adelante en la maestra de América», señala Marcones.
Por entonces era aún Lucila Godoy Alcayaga y el espacio (no el edificio que se emplaza hoy, aunque bastante deteriorado) era muy pobre, «pero como le encantaba la geografía, enseñaba haciendo mapas en el suelo, en la tierra.
Era un patio nada más, ya que eran condiciones muy humildes. De hecho, se queja de los hacendados del puño apretado, que en el fondo no les interesaba la educación de los campesinos…».
Feliz campesina
El investigador cree que lo más interesante es que siempre se autodefinió como una feliz campesina y con quienes más estuvo en su más libre albedrío, «en su suelto antojo», como señala, era con los campesinos.
Su época más hermosa es en Montegrande, al interior del valle de Elqui, cuando estaba en una escuelita y la profesora era su hermana Emelina que tenía 18 años, y que además era la directora.
Es ahí que al cumplir los 14 años se traslada a La Serena «porque eran bastante pobres, puesto que el matrimonio de sus padres dura muy poco y se separan. Finalmente queda una familia de tres mujeres solas que tienen que mantenerse y por eso Lucila busca trabajo», añade.
En esa escuelita rural estuvo cerca de cuatro años, donde además de hacer clases diurnas, enseña a leer y a escribir a peones y obreros que asisten a unos cursos nocturnos. Así lo describió ya grande y reconocida en el mundo: «Niña todavía, cosa apenas formada, yema de persona, y estaba yo mascando piedras para que mis gentes mascaran su pan…».
Después trabaja en el Liceo de Niñas –que hoy lleva su nombre- donde no tiene una buena relación con la directora, que era una señora alemana, por lo que termina renunciando, «ya que Gabriela comete un acto que, para la época, ese liceo y la mentalidad germana, no era correcto: deja entrar a niñas pobres a la escuela».
Eso le crea una enemistad con la directora y se marcha.
Pero conoce a Fidelia Valdés en el liceo, quien es trasladada a Antofagasta y se la lleva y apoya para que dé este examen especial y se prepare para dar la prueba en la normal en Santiago.
Fuentes fidedignas
Existen antecedente de este periodo de Gabriela Mistral, da cuenta Rodrigo Marcones. Incluso, dos biografías: una del profesor Rolando Manzano, exdirector del centro mistraliano de la Universidad de La Serena, y de Marta Elena Samatan, que escribe dos libros: Gabriela Mistral, Campesina del Valle del Elqui, y Los Días y Los Años.
«Manzano hace una investigación bien bonita, aunque lamentablemente y como él mismo señala, una investigación que se hace cien años después, por cuanto la mayoría de la gente que había conocido a Gabriela había fallecido. Es un libro muy interesante también para profundizar en su vida, porque estuvo en La Compañía Baja, pero también en La Cantera y en Pan de Azúcar».
Mientras que la particularidad que tienen los libros de Marta Elena es que fue coterránea de Gabriela, «entonces tiene la gracia que recoge fuentes fidedignas de la época».