Diversos oficios son los que con el pasar del tiempo han cambiado o incluso desaparecido. Sin embargo, el lustrabotas Sergio Ricardo es una postal ya clásica del centro de Coquimbo que se niega a morir.

Por Eduardo López

Cuenta la historia que, en cada zapato, una historia. Y de aquello bien lo saben los lustradores, que poco a poco han ido desapareciendo. Sin duda, un mítico trabajo que se puede apreciar en diferentes películas o fotografías del siglo XX.
Un oficio que ha perdido su valor con el tiempo, principalmente por el cambio del calzado, pasando del cuero a materiales más sintéticos. Sin embargo, quienes aún se dedican a esto, llevan consigo una tradición centenaria que, más allá de embellecer zapatos, representan parte del patrimonio humano vivo que ha perdurado en la ciudad de Coquimbo.
En la calle José Santiago Aldunate con Juan Agustín Alcalde se encuentra uno de ellos: Sergio Ricardo, un hombre de 65 años, que honra el trabajo de lustrador. Lleva 26 años en el rubro, siempre acompañado de su cajón decorado con símbolos del pirata, además de las diferentes herramientas para llevar a cabo su labor.
«Llevo 26 años viviendo aquí y trabajo los días lunes, miércoles, viernes y sábado, porque los martes, jueves y domingos trabajo en la feria (en calle Vergara con Maipú) cubriendo autos. Me gano la vida de estas dos formas, gracias a Dios», cuenta.
Por años se han encargado de limpiar y lustrar el calzado de los clientes que acuden a su esquina. Primero se pone tinta al zapato, luego betún y finalmente le saca brillo, a veces entonando una canción con el silbido o simplemente conversando.
Y aunque es un proceso que parece simple, lo cierto es que requiere de mucha experiencia para poder desempeñarlo de buena forma.

Sergio era de Santiago hasta que, al cumplir los 40 años, llegó a la ciudad portuaria junto a su madre. Y reconoce que al momento se enamoró no solamente de las calles de la ciudad, sino también del estilo de vida más tranquilo que mantienen aquí, a diferencia de la capital.
«La gente aquí no es como en Santiago, sino que más simpáticos, además que todo aquí es lindo. Imagínate estar cerca de la playa, de la caleta para ir a comer mariscos y pescados…», señala, y reconoce que parte de su motivación no es solo ver su oficio como un acto de servicio, sino también sentirse útil para la comunidad.
Su amor es tan fuerte por la ciudad y por eso afirma que «de aquí no me voy nunca más, hasta que me muera».
Respecto a cómo lo trata el trabajo, agradece bastante a Dios y menciona que «de vez en cuando el de arriba me tira unas monedas», aseverando que nunca le ha faltado nada y que es feliz con lo que tiene, aunque sí destaca que no se gana tanto desde que ha cambiado el estilo de los zapatos.
«Me gano mis monedas, y me alcanza para tomar desayuno, almuerzo y también hasta para una cervecita y me pueden encontrar en la calle José Santiago Aldunate desde las diez de la mañana hasta las 14 horas».
Aunque es un oficio que cada vez se ve menos en las calles, sostiene que es importante resguardar la memoria, porque el legado que dejan al patrimonio humano es invaluable.

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