Los 33 (alumnos) que «sobreviven» en escuela Darío Salas

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Jorge Cáceres (13) cursa séptimo básico. Se levanta todos los días a la seis de la mañana para poder llegar a la hora, a las ocho, desde el sector de Pan de Azúcar.
«Tengo un promedio 5,7 y me gusta la Educación Física», cuenta antes de entrar a clases de computación, en una sala que comparte con otros dos compañeros. «Los otros tres no asistieron», dice su profesor.

Jorge es uno de los 33 estudiantes matriculados en este establecimiento, que con el correr de los años ha ido bajando su matrícula considerablemente, temiendo llegar a cero alumnos en un tiempo más, si es que la promesa del nuevo Liceo Técnico Profesional, en el espacio en el que se emplazaba originalmente, en calle Juan José Latorre, en Las Compañías, no se logra cumplir.

AUNQUE TENGA UN ALUMNO NO SERÁ CERRADO

Ante la dramática situación, sus profesores sostienen que «aunque sea con un alumno el colegio no se cierra, porque la educación es la mejor herencia, incluso cuando existe la segregación», dijo Roquel Rocco, jefe técnico y director subrogante.

Los 33 escolares son repartidos entre quinto y octavo básico. Por lo mismo, no extraña que en el aula del sexto año estén alumnos de entre diez, doce, trece y más años intentando poner atención a la profesora de lenguaje. Porque es la realidad de este establecimiento que aloja a alumnos y profesores que hacen lo posible por aprender y por enseñar en condiciones que, por momentos, pueden ser muy adversas, inclusive hasta miserables.
«La mayoría de nuestros alumnos están desnivelados, dos o tres años más menos. Tenemos algunos con 18 años en octavo básico, porque traen una historia detrás», cuenta la orientadora Lorena Medero.

Desde el año 2011 que los alumnos del Darío Salas, los que aún continúan, han deambulado de un lugar a otro. Primero fueron trasladados al colegio Alonso de Ercilla donde la forma en que se dio el traslado, según lo cuentan, fue traumático. Antes de eso el colegio tenía más de 200 estudiantes, de kínder a octavo básico, pero al cambiarse perdieron mucha matrícula.

«En el Alonso de Ercilla estuvimos tres años y fue complejo, pues tener dos escuelas funcionado en el mismo lugar dio paso a muchos problemas y había conflictos entre los alumnos, lo que terminó por estigmatizar aún más este colegio, puesto que toda la culpa era del Darío Salas: decían que estaban ocupando el espacio y era lógico», advierte Medero.

¿Un traslado legal?
«No sé si era legal, pero se hizo», dice. Y agrega: «Seguramente la Superintendencia apretó un poco a la corporación y es por eso que al final fuimos trasladados a este lugar en el año 2014, que antes era un centro que pertenecía al área de salud de la municipalidad».

Al niño se le acoge, se le acompaña…

Desde entonces, el equipo de docentes del colegio -22 profesionales: dos psicólogos, dos asistentes sociales, una orientadora, el encargado de convivencia y los profesores de aulas- ha luchado por sacar adelante a sus alumnos con necesidades educativas especiales, «porque todos los alumnos que tenemos tienen una necesidad, debido a que es muy poco el alumno que dice: ‘yo quiero ir al Darío Salas’. Ellos vienen porque en el escalafón de escuelas es la última que está y que les dará la oportunidad, además del apoyo que necesitan. La mayoría de estos niños ha estado en otros colegios y los profesores no han podido trabajar con ellos, dado que presentan problemas emocionales, sociales, psicológicos, culturales y mucha vulneración en el hogar; negligencia de los padres. Son niños que han estado fuera del sistema por años», sostiene Rocco.

Complementa Medero que «nos fuimos dando cuenta que teníamos este tipo de alumnos y que debíamos hacer un servicio que vaya orientado a eso, así que comenzamos a plantearle a la corporación que estábamos frente a esta situación, necesitando profesionales con cierto perfil, debido a que no es lo mismo que en otro colegio un alumno te diga un garabato, que seguramente se irá suspendido y llamarán al apoderado. Acá es distinto y no podemos funcionar de la misma manera, porque si mandamos al alumno para la casa ese niño después no regresa, de tal manera que en este colegio el reglamento interno es distinto».

En esta escuela la autoestima de los niños se ha visto fuertemente afectada, porque ¿quién querría educarlos con tantos problemas? «Nosotros», señala tajante Rocco.

«Y lo estamos haciendo cuando nos dimos cuenta que necesitaban un trato diferente, donde necesitábamos llegar al origen y ver su real problema. Saber por qué existe tanta reacción negativa frente al sistema escolar… Y no podemos llamar al apoderado, porque en muchos casos no existe la familia, así que frente a esa situación decidimos que la escuela debía operar de manera distinta y partimos con la indagación, muchas entrevistas, llegar al porqué de sus problemas, a qué se debe esa reacción a todo lo que tiene que ver con normas y reglas».

Ahora, ¿cómo se entusiasma al niño? «Con buen trato, nada más», apunta Lorena. Pues, dice, «acá los acogemos, los acompañamos y los escuchamos independiente de todas las reacciones o de alguna descompensación de cualquier índole, como una rabieta, una frustración o una pelea. Como equipo tenemos que hacer contención, indagar qué pasó. Sin ser especialistas, hemos denominado las áreas psico-socio-emocional, tres grandes áreas en donde el alumno se encasilla en una y debe ser atendido, porque de lo contrario es muy complejo que hagamos un trabajo pedagógico con ellos. Muchos dirán que no corresponde al ámbito escolar, pero nos hemos visto en la obligación de atender todas sus necesidades».

«Tratamos de hacer un seguimiento en muchos y algunos regresan a contarnos sus experiencias. Hace años quienes terminaban el octavo se dedicaban a trabajar o continuaban sus estudios en el 2×1, pero hemos querido evitar que los alumnos se proyecten a los 2×1, por lo que nuestra idea es dejarlos instalados en los colegios de enseñanza regular, ojalá en un técnico. En un principio, la política era que si los niños tenían problemas ojalá pudieran venir unos dos o tres días a la semana, pero nos fuimos dando cuenta que no era el camino, sino que debíamos regularizar, que asistan a clases todos los días, ya que es la única manera de poder salvarlos».
Silvana Cuello es profesora de lenguaje y trabajar en el Darío Salas ha sido para ella «un gran desafío, porque es un colegio de alta vulnerabilidad, donde cuesta mucho motivar a los niños para que puedan trabajar y se puedan desarrollar en un ambiente de aprendizaje. Pero con diferentes estrategias hay que motivarlos, ya sea a través de actividades lúdicas, del juego, hacer una actividad significativa día a día con ellos y aunque es desgastante, es lo que tenemos que hacer para que puedan salir adelante».
Silvana, como el resto de los profesores y alumnos, ha escuchado hablar del Liceo Técnico Profesional, idea que partió por el 2010. Un proyecto. Un incentivo. Un plus que tenían los docentes para con sus alumnos, «una tremenda oportunidad para ellos, para seguir estudiando, pero el discurso se nos fue acotando y ya el 2013-2014 cuando cambiaron la administración y éstos se enteran, todo volvió a cero. Se hizo hasta la difusión del Liceo Técnico Profesional (con carreras de mecánica automotriz, electricidad e instalaciones sanitarias) y de verdad que la proyección era buena, pero se nos fue acabando el discurso, con una oportunidad única para los alumnos de este sector de La Serena. Hoy el proyecto está aprobado y categorizado con una recomendación satisfactoria, cumpliendo con todos los requisitos y condiciones que establece la ley, pero ya han pasado tres RS y ahora estamos esperando que se le dé prioridad a este colegio. Quizás falta voluntad política, que las autoridades lo prioricen y dentro de dos años poder tener el Liceo Técnico Profesional», subraya Rocco.
Todos los profesionales que trabajan en el estigmatizado Darío Salas lo hacen a gusto. Pero no ha sido fácil encontrarlos, porque el perfil, apunta Lorena, «tiene que ser atendible para alumnos con una necesidad difícil, especial. Se entrevista al profesor y se le cuenta la realidad, pero al tiempo nos dicen que nos quedamos cortos (ríe). Necesitamos profesores que puedan aceptar la realidad, que sean capaces de trabajar con este tipo de alumnos y que no visualicen esa escuela ideal. Queremos que se entregan más allá de lo que nos da la vocación».

Dos alumnos fallecidos…

Suena la campana del recreo, pasada las diez de la mañana, y los alumnos salen raudos. Juegan en el patio tratando de marcar un gol de un arco a otro, pero con una pelota de básquetbol y desinflada. Es lo que hay. Otros caminan y se acercan al frontis del colegio para ver la imagen del Yeiron Cortés, un exalumno que murió estas Fiestas Patrias afuera de su casa tras recibir un balazo.

«Es doloroso, porque no es el primer caso, ya que este año también falleció un alumno producto de la neumonía, principalmente por una negligencia prácticamente de la familia. Tenía 17 años y estaba en octavo básico, pero vivía en la calle»…

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