Pescadores de Peñuelas estaban incrédulos al comienzo, pero con el tiempo evacuaron rapidito: «Cuando pasan estas cosas, hay que volar nomás»

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Los hombres del mar de la Caleta de Peñuelas fueron testigos de cómo la gente comenzaba a evacuar el borde costero, mientras la mayoría de ellos continuaba escéptico al lado de sus botes. También observaron como el mar se recogía mucho más de lo normal, entonces comenzaron por lo menos a preocuparse. «Claramente no es comparable con lo que pasó en 2015, pero cuando te suenan las alarmas al celular, así como sonaron, uno piensa cualquier cosa. Por eso dijimos que no vaya ser que el agüita se salga de golpe de nuevo», reconocen.

Don Adolfo García desenreda las jaibas de la malla que fue buscar muy temprano en la mañana para comercializarla en los principales restaurantes del sector Peñuelas. Cuenta que la temporada está igual que todos los años y que los turistas aportan siempre a la economía de sus bolsillos. «No hay que quejarse», agrega Ariel, su sobrino, que le ayuda en este esforzado oficio.

Hombres dedicados de toda la vida a ser pescadores. En ese contexto fueron protagonistas de lo acontecido en la jornada del sábado, cuando el SHOA decretó una alerta de tsunami para la región de Coquimbo, trayendo a la memoria lo acontecido hace siete años en el mes de septiembre.

Esto luego que el volcán submarino Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai, a unos 65 kilómetros al norte de la isla tongana de Tongatapu, registrara una erupción de ocho minutos a eso de las 17:20 del día sábado, hora local (4:20 GMT) lanzando una enorme columna de ceniza a decenas de kilómetros de altura. Unos 15 minutos después golpeó casas e infraestructuras en la costa norte de Tongatapu.

Así, a muchos se le vino a la cabeza la tragedia del último desastre natural que viviera la región de Coquimbo. «Esa vez tembló, lo del fin de semana fue una alerta que venía de allá, pero igual uno se pasa rollos, ya que no fue un día normal. El sábado la mar se recogía y se venía de vuelta, se recogía y se venía de vuelta. Fue una rellenada que asustó a la gente que estaba a esa hora en la playa, pero pasaron los bomberos avisando la evacuación y se empezó a evacuar de a poco».

Hugo Dubó, conocido por ser el dueño del bote «rey de reyes», relata cómo le costó asimilar el proceso de evacuación. «Para serte sincero, yo estaba con mi vieja acá y le dije que para qué íbamos a escapar, si acá no había temblado y que era como una exageración».

Ese grado de incredulidad se debía a que no quería dejar solo el bote en caso de que sucediera cualquiera cosa. Sin embargo, una llamada de su hija, que estaba en la Parte Alta, con un panorama visual privilegiado del mar, lo hizo recapacitar.

«Mi hija me dice que desde la altura se observaba como la parte de la Playa Changa se estaba recogiendo. Papito camina, no vaya ser cosa que se salga el mar, mira que estoy mirando que está todo reseco, me decía media angustiada. En ese momento como que me dio a entender que no era cualquier cosa y que debía que hacer caso».

No pasaron ni treinta minutos de la alerta de su hija, cuando vio que los botes comenzaron a subir de nivel. «Cuando pasan estas cosas, hay que volar nomás. Con todo lo que hemos vivido nosotros los pescadores con el temita de los tsunamis, no podemos darnos el lujo de hacernos los sordos. Uno aprende la lección con estas cosas y lo primero que hay que hacer es evacuar», sentenció el pescador.

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