
Hace siete años que se hizo cargo del taller de sus padres en el pueblo Islón, en La Serena, y es la misma gente, sus clientes, quienes le reconoce su labor. «Me crie en esto y lo haré hasta que no me dé más el cuerpo», cuenta.
René Martínez Rojas
Su mama le contaba que a los tres meses la llevaron al taller, entremedio de fierros y chatarras, y la acomodaron en un neumático, tipo cuna, donde se quedó tranquila por horas.
Cuando creció les ayudaba a sus padres donde cumplía horarios. Y así comenzó, cobrando sueldo como cualquier empleador en su local ubicado en el Pueblo Islón, en la calle Avenida Islón, frente a las canchas de fútbol.
«Está lleno de neumáticos, así que es fácil llegar», cuenta Nurys Miranda, madre de un hijo y, como le dicen sus clientes, la única vulcanizadora de La Serena.
Hoy, con 40 años, se maneja en el mundo de «los fierros» con absoluta naturalidad, experimentada, y resuelve los problemas sin inconvenientes.
«Mi abuelo materno era el vulca de la familia y les enseñó a todos mis tíos, incluyendo a mi mamá, que falleció hace 17 años. Y mi papá como estaba enamorado, aprendió el oficio, entonces desde que tenía 3 meses que estoy ligada a este trabajo», agrega.
Para ella, «un oficio familiar» y que lo aprendió básicamente por necesidad, «ya que al fallecer mi madre y mi papá luego enfermó, tenía que ayudarlo y atender todos los días. En un comienzo no me gustaba, pero después me enamoré cuando empecé a agarrarle el ritmo y ver que me la podía, porque este es un trabajo de hombres. De hecho, me han ofrecido trabajar en talleres como jefa y no he querido porque acá manejo mi ritmo, mis tiempos y estoy acostumbrada a retarme y no que me reten (ríe)».
¿Cuánto demora en cambiar un neumático? Dice que unos 20 minutos, que es el promedio: 7 minutos en el secado de la rueda, donde se pone el parche y esperar que seque y unos 10 minutos en poner las ruedas.
La única en la comuna
Ni la fuerza, ni el conocimiento, ni el prejuicio. Nurys asegura que nada de eso es un impedimento para dedicarse a la mecánica y cuando viene gente por primera vez al local –reconoce- les llama la atención que una mujer de 1,57 metros y 58 kilos los reciba.
A veces le entregan hasta propinas por la excelente atención. Y la felicitan por ser mecánica: ‘mira que bien’, le dicen. Pero en algún momento – espera que así sea- se darán cuenta de que no es necesario que lo hagan y comiencen a tomarlo con naturalidad.
Diariamente, entre las 8:30 y 18 horas, hasta que la luz natural se acabe, recibe a sus clientes, «y que eran de mi padre. ¿Sabe? Debo ser la única mujer en la comuna que trabaja en este oficio y tengo entendido que en Vicuña hay dos hermanas», cuenta.
Con sol o lluvia, encara el trabajo con responsabilidad y mal no le va. Al contrario. Asegura que la clave para que este negocio funcione es la confianza del cliente.
Hace 7 años que está a cargo del negocio, aunque toda una vida ligada a este rubro. Claro que en su familia no hay quien pueda seguir sus pasos, «así que al parecer la tradición se corta conmigo, porque mi sobrina es chef y mi hijo todavía está en el colegio, pero no le gusta y tampoco le pido que me ayude. Yo quiero que mejor estudie».
Tal como ella, que no pudo terminar la carrera de psicología tras la muerte de su madre, cuando apenas le faltaba un semestre.
«Tuve que congelar por la muerte de mi madre y a los tres años quise retomar, pero como cambiaron el nombre de la universidad (estudió en la Pedro de Valdivia y hoy se llama Del Alba) y cambiaron la malla, tenía que partir de cero y no quise. Me arrepiento no haber continuado, aunque me ha servido para entablar relaciones sociales y conversar con los clientes, lo que les gusta».
Local más grande
Trabaja de lunes a domingo y atiende cerca de siete y ocho autos diariamente, a veces en venta y reparaciones, «y no me va mal, no me quejo, sino la espalda (ríe). ¿He pensado en cambiar de rubro? Me gustaría poner un local más grande, por cuanto me gusta meterme dentro de los neumáticos, ya que me crie en esto y lo haré hasta que no me dé más el cuerpo».
Por el momento no piensa bajar la persiana, como tampoco lo hizo cuando llegó la pandemia en 2020. Sí lo hizo con la enfermedad de su padre, donde cerró cerca de un año y tuvo una merma importante, «ya que no fue rentable, dado que no estaba trabajando porque me dedicaba solamente a su cuidado. Fue durante la enfermedad y después del duelo. Y una vez que abrimos fue como partir de cero, ya que tuvimos que reencantar a la gente para que volviera nuevamente al taller…».
Y volvieron. También otros. Eso es gracias a que Nurys transmite confianza.