Los «capuchas» de primera línea, ¿Héroes o villanos?…

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Desde que comenzaron las manifestaciones -el 18 de octubre- estos jóvenes han ido ganándose el respeto por su arrojo a la hora de ir al frente contra Carabineros, pero también el desprecio de quienes los tildan de delincuentes. ¿Quiénes son? ¿Por qué cubren sus rostros? Diario La Región conoció de cerca sus pensamientos y las diferencias que ellos hacen con quienes «vienen en otra pará».

El día que se incendió la Seremía del Trabajo recién se iniciaban las marchas. Fue el 21 de octubre y pocas capuchas se veían. Ni hablar de la primera línea. Fue mi primer día de reporteo en las protestas, y pese a las bombas lacrimógenas y a la indicación del médico de no exponerme por el asma, logré sobrevivir.

Fueron pasando los días, y con ello el descontento social. Igualmente mis caminatas. Los capuchas y primera línea iban aumentando en número conforme pasaba el tiempo, también su fama en redes sociales, siendo la semana pasada el hastag #PrimeraLinea TT a nivel mundial.

Para algunos, este grupo representa al «lumpen» y a los grupos violentistas; pero para otros su presencia en las masivas marchas es casi un acto heroico, porque «dan la cara» frente a la represión que ejerce Carabineros.

Una lluvia de lacrimógenas provoca una neblina tóxica que dificulta la respiración en la Avenida Francisco de Aguirre con la rotonda. Arden la piel y los ojos. Es martes 19 de noviembre. Los primeros patean las bombas o las meten a un bidón donde las ahogan. A medida que los manifestantes se debilitan, los carabineros empujan. Pasan los minutos. Alguien grita: ¡Tranquilidad! ¡Calma! Son ellos, los primera línea.

Llevan casco, máscaras antigás y la temeridad de quien siente que no tiene nada que perder. Cuando llegan a las marchas son recibidos como héroes. Esconden el rostro para no ser reconocidos, temen las represalias.

Carabineros, el «guanaco» y el «zorrillo» se retiran. Vuelve la tranquilidad. Llega la noche. Fogatas en toda la avenida y en distintas parte del centro. Saqueos a altas horas de la noche. En grandes tiendas y en el pequeño comercio, lamentablemente.

Movilizaciones por las mañanas y tardes, desde la cinco en la Plaza Buenos Aires, han sido una constante desde que comenzara este estallido social en todo el país el pasado 18 de octubre. Matiné y Vermú.

Cada uno cumple su rol

Mismo día en que Joaquín (nombre ficticio) y sus amigos salieron a las calles a manifestarse, y sin saberlo se convirtieron en capuchas y primera línea.

«No lo buscamos, sino que se fue dando», cuenta con su rostro cubierto, minutos antes de que comenzara un nuevo enfrentamiento con carabineros en la principal avenida de La Serena.

Alrededor, gente rociándose agua con bicarbonato -yo entre ellos- para calmar el ardor causado por los gases que minutos antes habían lanzado los carabineros.

Como en toda «batalla», hay treguas. Hay descanso. La tranquilidad reina por minutos, no así el ardor en los ojos. «Pareciera que estuvieran vencidas de lo tóxicas que son», grita uno. Risas.

En general, nadie pierde el control. Se han acostumbrado en estos 36 días de manifestaciones.

«Fuimos a la primera marcha, que fue súper pacífica, el 18 de octubre, donde caminamos con la familia y estuvimos toda la tarde, hasta que comenzaron a lanzar lacrimógenas sin razón alguna. Y en esa marcha no había capuchas, ni gente con escudos, nadie preparado, entonces todos salimos para atrás. Y a los días sacaron a los militares a la calle, disparando, así que todo eso se fue juntando, y uno ve cómo los que se supone deben protegernos son los que más daños nos hacen, así que desde ese instante todos vamos en el mismo sentido, de proteger y parar la fuerza para que la familia y los que marchan puedan tener tiempo para arrancar…», asiente este joven de 27 años.

Juntos a sus amigos, todos con el rostro cubierto, y alertas en caso de que venga la «yuta», explica que «todo acá sale en el momento y cada uno cumple su rol. Hay quienes dan órdenes: ‘esto acá, esto no, niños por allá’, y es porque muchos al ponerse una capucha inmediatamente quieren pelear con Carabineros y esa no es la idea, así que los más sensatos tratan de orientar a los que vienen a prestar apoyo: ‘Saquemos esto para hacer una barricada, esto sirve, esto no…’, pero todo se va organizando en el momento, y de esta manera todos ser uno».

Cuando se le consulta por los saqueos y desmanes, inmediatamente se desmarca.

Lo primero, aclara, «los capuchas, para distinguirlos, son los que están en la primera línea cuidando la marcha, y quienes se preocupan de que la gente esté caminando pacíficamente y que no sufra consecuencias. Porque acá todos dicen que somos flaites, delincuentes, y la verdad que no es así, puesto que yo tengo estudios universitarios y un buen trabajo, y tengo otro amigo que anda con nosotros y también es profesional (ríe). ¿Y sabe por qué estoy acá? Porque la impotencia es tanta que en mi caso no tengo miedo de que me llegue un perdigón, o que me vuelen un ojo, con tal de que en este país todo pueda cambiar. Acá muchos arrancan con el primer sonido de un perdigón y de las bombas, pero nosotros estamos ahí, porque ese es el lugar que nosotros elegimos para darle fortaleza a la comunidad, y que entiendan que unidos somos más fuertes, pues la idea de los primera línea es esa: estar de escudo».

Reitera que otros andan encapuchados y que nada tienen que ver con el movimiento ni con los «de primera línea, cuyo fin es estar al frente y proteger a las personas. Muchos que andan en otra pará (saquear) te respetan, porque te ven con el valor de enfrentarte a Carabineros, y ellos tiran una piedra y luego se retiran, entonces acá ves de todo…».
A los segundos, el típico silbido. «Se prendió», dice Joaquín, indicando que se acerca Carabineros y que hay que salir a combatir.

Y así fue. Llegó el carro lanza gases y en segundos una nube blanca cubre la manzana. Ni la agüita con bicarbonato esta vez me ayudó. Me fui derrotado.

«Ohhh, Chile Despertóooo. Despertóooo, despertóoo, Chile despertóoo…», comienza a cantar la gente que se agrupa nuevamente, esta vez en Balmaceda con los Bomberos. Es miércoles 20 de noviembre. Muchos golpeando ollas y sartenes. En realidad todo lo que haga ruido. No se detienen. Vienen ya de la marcha.

Algunos caminan hacia el edificio donde funcionó la Seremía del Trabajo y retiran lo poco y nada que queda para hacer barricadas. Otros intentan botar el portón aledaño para ingresar. No hay caso: «déjenlos solos…», grita un capucha. La gente lo mira y le hace caso: los dejan solos. Son tres, quienes al no conseguir su objetivo se retiran ‘chispiando’ los dedos y mirando desafiantes…

Jorge es estudiante universitario y hace dos semanas que no se pierde una marcha. Al igual que Joaquín prefiere omitir su verdadera identidad, y avisa que no es difícil explicar las razones que lo impulsan a ocultar su rostro y luchar de forma radical.

«Estoy acá porque no me convence que 120 huevones decidan el futuro de más de 17 millones de personas. Cada vez que habla el Presidente no dice nada, y es más, se burla con soluciones parches, cuando la gente lo que quiere son medidas concretas, ahora ya, y no mañana o en unos meses más…».

Gabriela, junto a su pololo, ambos encapuchados, se acercan y preguntan por qué saco fotos. Les cuento que soy periodista y se tranquilizan. «Es que anda harto sapo por acá».
Se ríen cuando les muestro lo que he capturado en todo este tiempo y se atreven a hablar. «Yo estudio y trabajo. Y acá estamos dando la cara porque estamos aburridos de que nos caguen todo el tiempo. Mira, si quisiéramos saquear lo hacemos, porque Carabineros no llega, pero estamos en otra onda, y por culpa de ellos nos tildan a todos de delincuentes. ¿Serán 100?… Nosotros somos miles».

Se acerca la noche y la gente canta. Buscan acción. Caminan de regreso a la rotonda. Por quinta vez ingresan al Home Center. La gente los mira con molestia. Pero se olvidan y juegan a la pelota, con los perros y a encandilar con sus punteros láser.

La batucada no deja de tocar. El saqueo sigue. «Mira, eso no es por lo que estamos luchando», aclara Jorge, mientras a su lado pasa un sujeto con una cortadora de pasto al hombro. «Viste, ahora debería llegar Carabineros y dónde están», reclama.

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