Los vetos de EE.UU., la crisis internacional y la responsabilidad educativa

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En estos días, el mundo fue testigo de una dolorosa contradicción. La Asamblea General de la ONU votó con una mayoría abrumadora para condenar el veto de Estados Unidos, que bloqueó una resolución del Consejo de Seguridad destinada a exigir un alto al fuego en Gaza, liberar rehenes y permitir la entrada de ayuda humanitaria. En otras palabras, la mayoría de las naciones clamó con fuerza: basta de muertes.

Sin embargo, una sola mano levantada bastó para anular esa voluntad colectiva. El derecho a veto de un país terminó valiendo más que la vida de miles de personas inocentes. Ese desequilibrio revela el gran problema del sistema internacional: cuando los intereses de una potencia pesan más que la justicia, la ONU pierde legitimidad.

Lo que ocurre en Gaza no es solo una tragedia humanitaria: es también una herida moral para toda la humanidad. Cada vez que se destruyen hospitales, escuelas y hogares, y que se impide la llegada de alimentos y medicinas, se avala el sufrimiento de un pueblo entero. El silencio o la parálisis de la comunidad internacional no son neutrales: constituyen también una forma de complicidad.

Chile sabe lo que significa sufrir violaciones a los derechos humanos y esperar solidaridad del mundo. Por eso no podemos normalizar la indiferencia. Cada país, cada ciudadano, tiene la posibilidad de presionar, exigir coherencia en la política exterior, apoyar sanciones o alzar la voz para que esta tragedia no quede en el olvido.

Pero la pregunta de fondo es más amplia: ¿qué tipo de ciudadanos estamos formando frente a estas realidades? La respuesta no puede ser superficial. La educación debe entregar no solo conocimientos técnicos, sino también conciencia histórica, memoria de los pueblos que han sufrido injusticias y capacidad de reconocer en los otros su dignidad. Estudiar la historia, conocer a personajes que lucharon por la justicia y analizar realidades concretas nos da claves para comprender el presente. Al mismo tiempo, es indispensable cultivar la inteligencia emocional: aprender a empatizar con el dolor ajeno, a indignarse frente a la injusticia y a transformar esa emoción en acción solidaria. Solo así podremos preparar a las nuevas generaciones para no repetir los errores del pasado.

La crisis internacional es también un espejo pedagógico. Nos obliga a revisar cómo enseñamos derechos humanos, solidaridad y empatía; cómo formamos a jóvenes capaces de analizar críticamente los abusos de poder y de defender principios universales, incluso cuando hacerlo resulta incómodo. Porque lo que está en juego no es solo la vida de los palestinos, sino también el carácter moral de nuestras sociedades.

Después de tantas muertes, decir que “no se puede hacer nada” es renunciar a la dignidad. Si la ONU queda atrapada en los vetos, la fuerza moral debe residir en los pueblos y, en particular, en las nuevas generaciones. Allí radica la verdadera posibilidad de un cambio: en ciudadanos formados para no resignarse, para creer que la justicia y la vida deben valer más que los privilegios de unos pocos.

Marily Escobar Oviedo
Mamá y profesora

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