Rolando Robledo, herido a bala en protesta, clama por justicia

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Cayó herido el 20 de octubre pasado por una bala disparada por militares frente al Mall Plaza de La Serena.
Ese mismo día y a unos metros, murió Romario Veloz. Estuvo 25 días en coma y recién el 29 de enero le dieron el alta desde el Hospital de
La Serena. Desde su silla de ruedas pide que su caso no quede impune.

Sentado en el living de su casa de calle Gerónimo Costa, en Las Compañías, Rolando Robledo cruza sus piernas con dificultad. De ahí no se mueve. Se acomoda su gorro. Se lo saca. Se lo vuelve a poner. Su hermana Rosa, a su lado, lo mira. Le habla.

Se toca sus aros mientras describe, como si aún no pudiera terminar de armar el rompecabezas, una escena que siente con impotencia. Ese 20 de octubre, militares apostados desde temprano en ese lugar, cuando el toque de queda estaba previsto para las 20 horas, le dispararon mientras miraba la marcha frente al mall Plaza La Serena. Ese mismo día, a unos metros, caía herido de muerte Romario Veloz.

La bala le entró por su abdomen y le salió por la espalda, dañando seriamente su organismo. Quizás esos milímetros de margen, y una serie de eventos afortunados, le salvaron la vida, aunque lo dejaron 25 días en coma y varias operaciones de por medio.

Su recuperación fue asombrosa, casi milagrosa, dice su hermana. Pero con varias secuelas. A sus 42 años ya no puede caminar. Su paso lento, casi encorvado, da muestras de aquello. Para movilizarse necesita una silla de ruedas. Tiene su lado izquierdo inmovilizado. «Los médicos me dijeron que con el tiempo la espalda se comenzará a atrofiar».

De esa jornada, la tercera de movilizaciones en el país, poco recuerda. En realidad nada. Algunos destellos. Relámpagos. El viernes 18 las manifestaciones comenzaron en todo el país. El sábado igual, tanto en La Serena como en Coquimbo. Al día siguiente, la tragedia.
«Me fui con un amigo al mall, porque en ese tiempo me quedaba en urgencia del hospital, ¿me entiende? Estábamos sentados en la escultura de la Gabriela Mistral cuando llegaron los manifestantes, y me acuerdo que le dije a mi amigo: ‘sabí que, vámonos mejor’. En ese momento escuché disparos, y cuando me puse la mochila sentí un golpe y de ahí no me acuerdo más, hasta que desperté en el hospital. Primero caí yo, y creo que luego Romario. Después el César (otro joven herido)».

A los días, y consultado en un punto de prensa, el general de Ejército Jorge Morales declaraba que las muertes se produjeron en enfrentamientos (en Coquimbo también era asesinado Kevin Gómez, de 23 años) y que «estábamos patrullando zonas que estaban con un alto grado de violencia, saqueando muchos lugares, grupos con alto grado de vandalismo…».

Robledo despertó 25 días después en una cama del hospital de La Serena, entubado, con mucho dolor, y sin saber por qué estaba en esa pieza rodeado de médicos.

«Estuve en coma y en riesgo vital durante todo ese tiempo. Estaba abierto completamente, ya que me dio septicemia, la bala me rompió el colon y todo el excremento me fue envenenando la sangre, además de los paros cardiacos que me dieron. En 25 días estuve inconsciente y cuando desperté no reconocía a nadie, y nada. Aprendí a hablar, en realidad partí de cero».

Rosa recuerda que fueron semanas complejas, «puesto que le hablábamos, lo tocábamos, porque estaba mal y con riesgo vital desde que ingresó al hospital. Incluso yo, que soy creyente, se lo entregué a Dios, y grité en el hospital, recé, porque la única opción era entregárselo. Le dije: Señor, si es para ti, llévatelo; si es para nosotros, déjalo. Y al otro día, cuando regresé al hospital, ya tenía una leve mejoría».

Para Rolando, caminar hoy es tan difícil como conseguir que el militar que disparó ese día sea detenido. Nada sabe y eso lo frustra. «¿Por qué tanta injusticia?», pregunta Rosa. «¿Por ser pobres?», responde y mira a Rolando.

Hasta antes que ocurriera todo, Rolando trabajaba en la construcción. Ese día caminaba en dirección a Urgencia, donde se quedaba por las noches mientras encontraba una pieza para arrendar.

«Al momento del incidente me sustentaba bien, tenía mi trabajo en la construcción. En ese tiempo también me separé, y como nunca he molestado a mi familia, ni a nadie, me quedaba en Urgencias durmiendo. Trabajaba, pero no tenía plata para una pieza», señala.

Rolando quedó caminando prácticamente de lado, «no puedo de frente, y también por el tema de los talones, porque como estuve mucho tiempo en la UCI se me formaron llagas que todavía no me sanan».

Recién como familia están llevando su caso a la justicia. No quiere su hermana que lo ocurrido quede impune. «Era un hombre sano, que vivía y trabajaba para sus hijos», se queja Rosa, quien se contactó con diario La Región para contar lo que sucedió a su hermano.
«Estamos viendo el tema de un abogado y es mi hijo quien está llevando todo.

Con voz pausada, Rolando le pide ayuda a su hermana para ponerse de pie. «Mire, ve cómo camina. Si le hicieron un daño tremendo», se queja Rosa.

En su silla de ruedas, ya más cómodo, cuenta: «Todavía me cuesta hablar y aún más recordar. No tengo sensibilidad en el lado izquierdo, en manos y piernas. Y para trasladarme lo tengo que hacer en esta silla, y como mi hijo trabaja en un auto (Uber) me lleva a los controles médicos prácticamente todos los días, pero al hacerlo pierde horas de trabajo, entonces eso igual complica».

Su hermana arremete: «Nos gustaría que el municipio nos ayudara con la locomoción, con un auto para que lo lleve a controles cada vez que le toque. Así mi sobrino no pierde horas de trabajo, pues él es quien está pagando el arriendo de esta casa…».

Cansados de no recibir ayuda, Rolando y su hermana llegaron a la oficina distrital del diputado Daniel Núñez, «y quedó en ayudarnos».

Consultado el diputado, manifestó que sí está preocupado, «no ha tenido avances en el proceso judicial y, en mi opinión, por una actitud dilatoria y de complicidad que tiene el Ejército con los autores de los disparos, pues no han facilitado el proceso judicial»…

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