Cura Juan Álvarez: «Por culpa de algunos pagamos el pato nosotros»

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6Tiene 34 años y fue ordenado sacerdote recién hace dos meses. Trabaja en una parroquia de Coquimbo y agradece que no lo apunten con el dedo cuando anda por la calle. Y aunque hoy la Iglesia Católica vive momentos graves con los abusos sexuales, reconoce que «tampoco hay que ocultarlo, más aún cuando existen pruebas».

Para convertirse en sacerdote se dedican años al estudio, a la oración y al descubrimiento de la Iglesia. ¡Un oficio diferente! Sí, oficio que encontraron Juan Carlos Álvarez Sarmiento y Oliver Pastén Briceño, de la localidad de Algarrobito. El primero fue ordenado sacerdote en el mes de junio y el segundo, diácono en tránsito este viernes en una ceremonia realizada en la Catedral por el arzobispo René Rebolledo.

En este 2018 Álvarez es el único ordenado y el próximo año recién lo será Pastén. La cifra, un cura por año, para muchos marca un declive sin precedentes del sacerdocio como elección para la vida consagrada.
«Creo que lo primero es aprender a discernir, saber si es capricho, vocación o si es por la idea de ser un cura. A mí me sirvió mucho trabajar en otra cosa, ya que antes de entrar al seminario estudié y trabajé en el Hospital de Ovalle casi seis años como auxiliar de anestesia y reanimación. Y me desconecté de la vocación. Sin embargo, después me di cuenta de que lo mío era el sacerdocio. Entonces Dios me fue preparando el camino de esta manera. Tenía todo, pero me faltaba otra cosa, que era la vocación», cuenta este sacerdote que hoy realiza misas en Coquimbo, en la parroquia San Juan Bautista de San Juan.
Es oriundo de la comuna de Punitaqui y reconoce que cuando postuló la primera vez al seminario estaba en cuarto medio, pero en aquel tiempo los padres le pidieron que estudiara algo, porque aún era muy chico.
Y eso le sirvió un montón, «porque uno a veces no tiene mucha claridad de lo que quiere hacer, entonces opté por estudiar técnico en enfermería con la mención de instrumentación quirurgica. Al año siguiente regresé, les dije a los padres que estaba estudiando y ellos me dijeron que terminara la carrera con tranquilidad. Y así fue. Terminé la carrera y me gustó tanto, que comencé a trabajar. Y pensé que se me había quitado esto de la vocación, pero la verdad que no, porque brotó nuevamente. Y si bien ganaba buena plata, era soltero y tenía independencia, finalmente Dios cambió el destino. Sentía que me faltaba algo y dejé todo. Renuncié al hospital, postulé al seminario y quedé aceptado», cuenta el padre Álvarez, como es conocido en su parroquia.
Y agrega que hoy «tenemos escasez de jóvenes en la parroquia, pero no es sólo por lo que se ha visto y sabido, sino que también por otros motivos. Cada día la tecnología nos está ganando en muchos aspectos. Antes la parroquia era como el centro cultural para ir a juntarse, mientras que ahora es el mall. Además, para ingresar al seminario no es llegar y hacerlo, puesto que ahora existe un proceso de postulación que es más riguroso, donde hacen un buen seguimiento. Por ejemplo, también hay psicólogos y no porque uno tenga problemas, sino porque son temas que la misma formación coloca para saber a quién van a ordenar», cuenta y reafirma que «al final son muchas interrogantes, pero en mi caso desde chico me llamó la atención el tema religioso, pese a que no vengo de una familia ligada a la Iglesia. Esto va naciendo y gracias también a mucha gente a que a uno desde chico lo motiva a participar en actividades».

Pese a que recién fue ordenado, entiende el padre que la Iglesia Católica no está pasando por un buen momento. Y aunque reconoce que es un tema complejo, tampoco hay que ocultarlo, «más aún cuando existen pruebas.
«Y como sacerdotes jóvenes claro que nos afecta un poco, dado que estamos pagando platos rotos que no hemos cometido. Algunos nos miran con desconfianza y no es así. Igual hay que tener un poco de cuidado, visto que no todos cometemos errores, pues hay curas que son muy buenos, pero por culpa de algunos pagamos el pato nosotros», sostiene.
Son los curas del futuro. Quienes tienen una responsabilidad mayor. Sabe y entiende que hoy la gente los mira con recelo y que a muchos, incluso, hasta los apuntan con el dedo cuando los ven por las calles. Pero él asegura que «gracias a Dios no he tenido ningún insulto en la calle, y eso que he andado vestido de sacerdote.
Lo que pasa es que en la región hay un tema bien importante que es la religiosidad popular, pues se respeta la imagen del sacerdote, quizás no como en Santiago. Y tampoco es que la gente haga vista gorda, pero también sabe distinguir con qué cura trabajar. Sin embargo, a uno le preguntan y como Iglesia hemos reflexionado. ¿Qué es lo que está pasando? Necesitamos saber la opinión de nuestros fieles, puesto que es un dolor no sólo de los curas, sino que también de la Iglesia, de los fieles».
Ingresó en el año 2008 al seminario y no sabía nada de Francisco José Cox. Con el tiempo comenzó a oír su nombre. Hoy, ya sacerdote, y sabiendo todo lo que ha salido en las publicaciones y con las declaraciones de algunas víctimas, señala que «es complicado hablar, pues no lo conocí.
No puedo hacer un juicio sin antes tener antecedentes. Sé que fue arzobispo. Yo ingresé en el tiempo del monseñor Manuel Donoso y ahora me ordenó el arzobispo René Rebolledo. Pero de verdad que no puedo dar una opinión concreta, quizás también por la ignorancia por no informase bien».

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